Divulgación
Los otros trabajos
¿Trabajo, voluntarismo o militancia?
Contrario a pensar el trabajo sólo como actividad productiva, existe una concepción filosófica del trabajo en tanto reconocimiento de uno/a mismo/a. En esa actividad, una parte de nuestra humanidad es incorporada a un producto o a un servicio específico: el diseño de un cartel, un mueble, una herramienta, una comida, una canción, un libro, una hora de apoyo escolar, una verdura cultivada y cosechada en la huerta comunitaria o en el patio de casa. Puede ser una producción individual o colectiva, en la que la imaginación, las horas de inspiración, aprendizaje y discusiones se ven inscriptas en un producto material, simbólico, artístico.
En las organizaciones sociales, ese proceso de “trabajo” implica necesariamente a los/las otros/as de un modo consciente, intencional y necesariamente cooperativo; en otras palabras, solidario. Cada producto realiza su “valor de uso” en la satisfacción y placer que genera a quienes lo producen y a quienes lo consumen. Incluso se puede hablar, en ocasiones, de prosumidores, es decir que quienes lo consumen son los mismos que lo producen a partir del intercambio directo. Un caso son las canciones y vestuarios que se concretan en las peñas que organizan los espacios de cultura popular y que disfrutan tanto sus integrantes como la comunidad en general.
En su proceso de producción se ponen en juego diversas experiencias, prácticas y materias primas: saberes organizativos, decisorios, insumos materiales, tiempo, planificación y difusión. Esos saberes y formas de hacer tienen una larga historia en Mendoza y en la Argentina. Se transmiten de boca en boca, de mano en mano y de generación en generación, y constituyen una parte importante de nuestra cultura barrial y regional.
En numerosas ocasiones, estas producciones y experiencias son desestimadas o invisibilizadas por las propias organizaciones sociales que las albergan. Cuando se encuentran relatando anécdotas, mirando fotos, videos, reseñas de todo su hacer a lo largo de los años, descubren que efectivamente su propuesta cultural implicó horas incansables de trabajo, de acumulación de saberes y de dedicación colectiva.
Como integrante de una biblioteca popular, puedo afirmar que el tipo de “trabajo” que se desarrolla en estos espacios comprende numerosas actividades, desde la limpieza, gestión y atención bibliotecaria hasta talleres educativos, productivos y artísticos. En los mismos existe una preocupación por entender si se trata de trabajo, militancia o voluntarismo, o si son cualitativamente combinables el trabajo militante, el trabajo productivo y el trabajo voluntario. Esta inquietud es compartida por otras organizaciones sociales y territoriales de base.
Numerosos/as integrantes de las mismas no reconocen estas prácticas en sentido estricto como un trabajo, sino como un voluntariado o como una militancia en la que el valor de mercado resulta incompatible como patrón de valoración.
En cuanto a la necesidad de autosostenimiento, existe una diferencia entre la supervivencia y el reconocimiento comunitario, necesario para llevar adelante esta labor. Es así como los y las militantes, en su mayoría, trabajan en ramas y lugares de la economía que no los/las identifican y con las cuales no se re-conocen ni se re-concilian. Ese salario luego es redistribuido en el “tiempo libre” y en la militancia como satisfacción personal: “Nadie cobra por hacer y ocupar su tiempo en esto, incluso colocamos dinero de nuestros bolsillos”, se dice.
Entonces, aparece el dilema entre la decisión personal y colectiva, convencida del hacer con otros/as y la reproducción de la vida. ¿Cómo sostenerse y llevar el dinero para pagar impuestos, alquiler, transporte y el pan de cada día, y a la vez involucrarse en una militancia social con nuestras energías y dedicación? ¿No es trabajo sencillamente porque no hay intercambio monetario?
El trabajo en estos términos amplios no sólo es invisibilizado por sus hacedores, sino también por aquellos que transitan por estos espacios en calidad de vecinos/as y curiosos/as. Los/las que trabajamos en organizaciones sociales muchas veces somos objeto de cuestionamientos que se relacionan con la percepción o no de un salario. Los/las vecinos/as preguntan: “Pero ¿cómo? ¿No les pagan por dedicar su tiempo? ¿Cuál es el interés de ocupar las energías en este tipo de actividades?”. Para un importante sector de personas, este trabajo es una pérdida de tiempo y, como el tiempo es dinero, resulta sin más una pérdida de dinero.
La concepción del trabajo como instancia en la que se genera un ingreso monetario para disfrutar el tiempo liberado en eventos que nos produzcan placer puede devenir en dos cuestiones para el trabajo en organizaciones culturales y educativas: en que se trate de una actividad que realizamos en nuestro tiempo libre u ocioso, o consiste, en todo caso, en un trabajo que no coincide con las características alienantes que se observan dentro del capitalismo.
¿Cómo es posible pensar, y mucho menos realizar, labores en las que no se mide qué se gana o se pierde en términos de valor de cambio? Se trata de un desafío abierto a propuestas creativas, en las que este tipo de organizaciones sociales se repregunten y presten atención a la dimensión económica de la militancia, sin necesariamente recaer en un sentido mercantilista.
Estas organizaciones, al afirmar que hacen política –porque “todo hecho educativo es político”, como bien diría Paulo Freire– y expresar que no buscan ganar en términos monetarios, son cuestionadas si lo que intenta alcanzar esa forma de militancia es un beneficio en términos de poder partidario o barrial. De ahí que resulta necesario distinguir entre militancia partidaria y militancia social. Es aquí donde la militancia ingresa en un campo que entendemos como necesariamente político y busca de-construir lazos sociales resquebrajados por la desconfianza y la competencia, y re-crear relaciones barriales de cooperación y solidaridad.
En numerosas ocasiones, los/las que transcurren su vida en estas organizaciones no son concebidos como “trabajadores/as de la cultura y la educación popular”; por lo tanto, es difícil esclarecer si ayudar es una colaboración, un trabajo o un voluntariado. ¿El dinero “arruina” el espíritu de la militancia? ¿Se identifica el valor de cambio con un interés económico particular, individualista y capitalista? ¿Como un beneficio privado?
Este “trabajo militante” en el campo de la cultura y la educación popular, donde no busca la ganancia económica ni partidaria, es entonces “justificado” por quienes lo ven desde afuera a partir de la dimensión generacional de los sujetos: “Ustedes, porque son jóvenes”; “Ustedes, porque tienen tiempo”; “Ustedes, porque tienen ganas”. Se asocia este “voluntarismo” a una exigencia y entrega extra, a una predisposición altruista o entusiasta de la juventud.
Repensar que aquellos seres humanos que contribuyen con sus horas al desarrollo comunitario y participación social, con formación constante y deliberaciones colectivas, los convierte en trabajadores/as de otro tipo nos permite redoblar la apuesta para pensar qué tipo de trabajo queremos realizar y el modo de concretarlo. Dentro de las propias organizaciones aparecen pistas claras, que muchas veces no son visibilizadas y puestas en valor por sus integrantes y por la comunidad que transita por ellas. Se trata, a mi modo de ver, de una prefiguración de un trabajo liberador que abre horizontes concretos contra la explotación y la alienación en la vida cotidiana.
Estamos convencidos/as, en la permanente búsqueda de otros trabajos posibles, de otro tipo de relaciones con aquello que creamos, construimos en conjunto y aportamos con los saberes, sentires y pensares de cada uno/a en beneficio de lo colectivo. ¡Feliz Día del Trabajo a nosotros/as también!.
Por: Laura Ruth Nudelman. Becaria doctoral INCIHUSA.