Divulgación
Palabras… ¿sólo palabras?
Algunas reflexiones en torno del cambio de denominación del 12 de octubre como forma global de comprensión de la realidad y acerca de sus efectos ético-políticos en la sociedad argentina.
Dentro de la filosofía contemporánea suele hablarse del “giro lingüístico” como un cambio radical de mirada en nuestra relación entre el lenguaje y la realidad. Desde tradiciones, autores y corrientes de pensamiento muy diversas entre sí, se llegó a la conclusión de que el lenguaje, el que usamos todos los días y aprendimos en nuestra familia y cultura, es “constitutivo” de la realidad, esto es, que el mundo que vemos u oímos es de tal o cual modo gracias al lenguaje.
Por ejemplo, cuando alguien de esta región mientras camina por la montaña observa hacia el cielo y dice: “Mira, un cóndor”, ese caminante tenía previamente en su mente, por así decir, la palabra “cóndor”, que aprendió en su cultura. En la misma situación, una persona extranjera tal vez no vería un cóndor sino un águila, o simplemente un pájaro grande.
Otro tanto sucede cuando de lo que hablamos no es la realidad “natural”, sino acontecimientos históricos o culturales. Las palabras no son sólo palabras que “reflejan” la realidad; las palabras crean un mundo de sentido, con efectos concretos sobre nosotros mismos y sobre los demás.
Hasta hace algunos años celebrábamos en la escuela el “Día de la Raza”, con motivo del “descubrimiento” de América el 12 de octubre 1492. Ahora, desde 2010, se celebra el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Si ponemos atención, a través de las palabras “raza” y “diversidad” damos cuenta de complejas y diferentes formas de comprender el mundo, la historia y las relaciones con los demás, con los “otros”. Por esto mismo es relevante elaborar algunas reflexiones en torno del cambio de denominación del 12 de octubre como forma global de comprensión de la realidad y acerca de sus efectos ético-políticos en la sociedad argentina.
El concepto de “raza” posee una historia muy compleja, imposible de desarrollar en este pequeño espacio. En el caso del Día de la Raza, lo celebrado era no tanto un determinado grupo humano diferenciado por sus características biológicas o genéticas, sino más bien un presunto “espíritu” que otorgaba “unidad” al conjunto de individuos diferenciados.
En nuestro caso, la “hispanidad” representaba un tipo de humanidad, un modo de ser, cuyo núcleo constitutivo se basaba, al menos, en la lengua y en la religión. De acuerdo con esta forma de pensar, celebrar la raza era celebrar la llegada de los españoles que trajeron la lengua de Cervantes y la religión “verdadera”. Así, el “descubrimiento” estaba asociado al inicio de un proceso civilizatorio-evangelizador, un relato en el cual las voces de los pueblos originarios (“civilizados” por algo más que el poder de la palabra) eran completamente silenciadas.
El concepto de “diversidad”, en cambio, supone reconocer y sostener la diferencia entre los distintos grupos y tradiciones que forman parte de nuestro continente y de nuestro país. A través del prisma de la “diversidad”, y del “respeto” que va unido a ella, nos comprendemos a nosotros mismos como sociedad multicultural en la que no hay una cultura “superior” a otra.
Pero, además, con el cambio de denominación no sólo se modifica el acontecimiento mismo, sino la forma de vincularnos con ese acontecimiento. El carácter celebratorio del Día de la Raza, representado en las escuelas por una serie de repeticiones acríticas (Colón y las carabelas, los “indios”, etc.) y negadoras de la conflictividad (el “encuentro” de dos mundos distintos y desiguales), se convierte ahora en un acto mucho más reflexivo que saca a la luz precisamente la conflictividad.
Lo celebratorio da lugar a lo conmemorativo, en muchos casos ya incluso con un intento de hacer presente las voces y los cuerpos de las víctimas y, con ello, al deslizamiento semántico desde el descubrimiento hacia la conquista.
Las palabras no son sólo palabras, éstas dicen el mundo y nos dicen a nosotros mismos. Precisamente, este 12 de octubre no es el mismo para todos nosotros. Para quien escribe es diferente de aquél que vivió en la escuela primaria, y es probable que así sea para muchos de los lectores.
Por: Gonzalo Scivoletto – Becario posdoctoral CONICET
Fuente: Prensa UNCuyo