Divulgación
1920-1930: la precariedad de las trabajadoras
Agroindustrias y diversificación en Mendoza.
Como consecuencia de las crisis cíclicas que afectaron a la vitivinicultura de Mendoza, desde principios del siglo XX se comenzó a discutir cómo diversificar la producción agroindustrial para matizar los efectos adversos de esas coyunturas críticas. Fue sobre todo a partir de 1920 cuando empresarios y técnicos comenzaron a ensayar distintos cultivos, para comercializarlos en fresco o bien industrializarlos.
Así cobraron notoriedad, por un lado, la exportación de uva en fresco hacia Estados Unidos, Inglaterra y Brasil (década de 1920) y, luego, la comercialización de fruta fresca hacia el Litoral argentino (década de 1930). En simultáneo, la elaboración de conservas y desecación de frutas se vislumbraba como otro rubro importante. De modo que, aunque el cultivo de uvas para la elaboración de vinos comunes continuó siendo la principal actividad, convivió con otras manifestaciones productivas que iban a adquirir importancia progresiva.
Este paulatino proceso de diversificación introdujo múltiples y significativos cambios, no solo en la fisonomía del paisaje agrícola, en la vinculación comercial de la provincia con destinos de ultramar y en la incorporación de criterios técnicos, sino también en un aspecto que resulta de especial interés en esta oportunidad: la incorporación femenina masiva en el mercado laboral agroindustrial.
Vale recordar que algunas mujeres eran “empresarias” –en rigor, casos aislados de viudas que administraban las explotaciones de sus esposos–, y un porcentaje mayor participaba durante la vendimia, para incrementar los ingresos de una actividad con una marcada orientación familiar.
Fábrica Arcanco (Godoy Cruz). Operarias sección envasado 2. Fuente: Diario Los Andes, 1934.
Ahora bien, con la implementación y consolidación de nuevos sectores productivos, surgieron también nuevas tareas, para las que se demandaba especialmente mano de obra femenina. En particular, se las buscaba para la etapa de empaque de las frutas, puesto que se consideraba que su “delicadeza para manipular la fruta” era un signo de “idoneidad” o “destreza” para esa tarea.
Sin embargo, la “expertise” para la guía u orientación técnica era privativa de los capataces, los técnicos del Estado provincial (“agrónomos regionales”) o de la empresa ferroviaria BAP ,que eventualmente ofrecían asesoramiento (Revista mensual del BAP, enero 1928).
Las fotos que ilustran este artículo demuestran las condiciones en que se desarrollaba esa labor: sentadas en el piso o, más adelante en banquetas de madera, sin vestimenta adecuada y permaneciendo varias horas al sol, bajo tinglados o parrales en el mejor de los casos. Situaciones en las que el único peligro advertido por los especialistas era que se desperdiciara la fruta.
Empacadoras de uva, 1928. Fuente: Mensual BAP. Reservorio Biblioteca Pública Gral San Martín.
Similar transformación del mercado laboral se verificó tras la instalación de fábricas de conservas en los Oasis Norte y Sur, en los que las mujeres engrosaban las filas de operarias de las primeras fábricas de conservas, y luego, en las procesadoras de tomate.
Un viajero francés describía: “Mujeres y muchachas se ocupaban, bajo un simple techado, de mondar peras, por medio de máquinas ingeniosas y rápidas –traídas de Europa–. Otras llenaban las latas, colocándolas en seguida (sic) con jarabe de azúcar, en el baño maría, calentado a 100 grados”. Es decir, que desempeñaban tareas asociadas al trabajo doméstico.
Con posterioridad, se entregaron cofias y delantales para la “protección de las trabajadoras” que manipulaban alimentos, precaución que respondía a las políticas de regulación y control de las industrias alimenticias.
Empacadoras de uva, 1941. Fuente: La exportación de uva a ultramar. Reservorio Junta de Estudios Históricos de Mendoza.
Las condiciones de desigualdad salarial con respecto a los hombres ya eran evidentes. Por ejemplo, un operario de fábrica desecadora de frutas cobraba $ 2,30 diarios, mientras que una mujer recibía $ 2 (Revista Comercio e Industria, 1922). Esto demuestra la mayor precariedad a la que estaban expuestas.
Esta situación se extendía a diversos sectores de la economía local. Por ejemplo, con motivo de la sanción, en 1928, de la ley de salario mínimo, el gerente de la empresa Villavicencio –por entonces, fábrica de hielo y agua envasada– cuestionaba que “no era justo” que las mujeres del establecimiento fueran contempladas para esa ley pues “…no necesitaban conocimiento especial, vestían cualquier ropa, eran analfabetas (…) y sus necesidades físicas y espirituales son bien distintas…” (Los Andes, 1928).
Un aumento del personal implicaría una selección técnica, por lo que proponía un salario diario para las mujeres de $ 2,50, es decir, el equivalente al jornal diario de un peón rural en 1911, según estimaciones de Richard-Jorba (2019). Varios fruticultores de San Rafael argumentaron también que no podían hacer frente a la ley de salario mínimo. Finalmente, esta ley nunca se cumplió y en 1929 fue declarada inconstitucional.
Fábrica Arcanco (Godoy Cruz). Operarias sección envasado. Fuente: Los Andes, 1934.
Claro es entonces que la mayoritaria participación femenina en el mercado agroindustrial evidenció la precaria situación en la que se desempeñaban. Aunque esto no era percibido como problema, incluso se destacaba que algunas recibieran “licencias por maternidad”: la posibilidad de conservar el trabajo aún sin asistir, pero sin recibir salario alguno por ese período (Revista mensual BAP, 1929).
Clase práctica de empaque de uva dictada por Ernesto Riveros en San Juan, 1931. Fuente: Revista mensual BAP, 1931. Reservorio Biblioteca Pública Gral San Martín.
Por: Florencia Rodríguez Vázquez. Investigadora Asistente INCIHUSA.