Divulgación

Reconocimiento de derechos como materia viva

Batallas encabezadas por mujeres.


Las luchas de las mujeres son muy antiguas; tanto, que algunas de ellas ya las olvidamos. No somos meramente desmemoriadas. Nacimos y crecimos en un mundo patriarcal que nos educa en el olvido de nuestras genealogías de lucha. El 8 de marzo es, precisamente, una fecha para recordar las batallas encabezadas por mujeres y recogidas por el movimiento feminista.

Las demandas y reivindicaciones variaron mucho a lo largo de los años. El reconocimiento de derechos laborales, económicos, civiles, políticos, sexuales y (no) reproductivos ha hilvanado una historia de lucha que, con avances y retrocesos, continúa hasta hoy.

La división sexual del trabajo capitalista reservó a las mujeres el espacio doméstico. El espacio público, las grandes decisiones económicas, políticas y culturales quedaron en manos de los varones blancos, burgueses y heterosexuales. Se impusieron estereotipos que pesaron, y pesan, sobre las mujeres como destinos ineludibles: el matrimonio heterosexual, la maternidad, el cuidado del hogar y las personas (no sólo hijos/as, también ancianos/as y enfermos/as), el trabajo no reconocido ni remunerado, o mal remunerado, por el sólo hecho de ser mujer. Estos destinos, que ordenaron la vida material de las mujeres, van de la mano de discursos que le dan sentido al sinsentido de la imposición: el instinto materno, la sensibilidad especial para las tareas de crianza y cuidado, la virtud de la “mujer de su casa”, la indefensión femenina, entre otros tantos.

Fueron las propias mujeres quienes se rebelaron, y se siguen rebelando, contra estos destinos fijados. Desde distinto tipo de organizaciones impusieron, en el espacio público, sus demandas, sus reclamos y sus necesidades. Doble rebeldía: levantar sus voces y hacerlo fuera de los estrechos límites del confinamiento doméstico. El derecho a voto, el derecho a heredar y administrar bienes, el derecho a percibir igual remuneración por igual tarea que un varón, el derecho a tener licencia por maternidad, el derecho a decidir si tener hijos/as o no tenerlos/as, cuántos/as tener, el espaciamiento entre ellos/as, el derecho a vivir una vida libre de violencias, por nombrar sólo algunos, fueron conquistados, no cedidos. Y, sin dudas, el efectivo acceso a los mismos es una lucha cotidiana, que las organizaciones feministas y de mujeres siguen dando a la par con lo que aún nos falta.

La impactante noticia de las chicas mendocinas asesinadas en Ecuador, como cada femicidio que se mediatiza, nos demuestra que, para muchos, el foco aún sigue siendo el derecho de las mujeres a ocupar el espacio público. Demuestra que las mujeres seguimos siendo sospechosas cada vez que nos corremos de los dictados patriarcales.

Por ello, es fundamental recuperar el sentido profundo del 8 de marzo, correrlo del liviano uso comercial, cargar de contenido su existencia como fecha emblemática. La cotidiana violencia contra las mujeres, las desmesuradas cifras de femicidios, las desapariciones de niñas, adolescentes y mujeres en manos de redes de trata con fines de explotación sexual, la infinidad de abusos contra niñas/os y adolescentes y la permanente restricción de acceso a derechos fundamentales nos obligan a recuperar nuestra historia de lucha. Nos obligan a continuarla con compromiso desde todos los espacios de los que formamos parte.

La historia es materia viva, en permanente construcción. Se escribe y se reescribe una y otra vez al ritmo de las conquistas, se borronea con los reveses recibidos. Extrañamente, el 2016 encuentra a las mujeres exigiendo algo tan básico como el derecho a no ser asesinadas por el sólo hecho de serlo.

Por: Sofía Da Costa Marques – Becaria doctoral CONICET

Fotos: Claudia Laudano