Divulgación

Crisis capitalista y violencias contras las mujeres

Argentina ha conocido, en los últimos años, un avance notorio en lo referido al orden legal. Un grupo de leyes, iniciadas con la 26..., regulan derechos obtenidos a partir de las batallas encarnadas por sujetxs subalternizadxs: mujeres y disidentes sexuales.


En esto de los avances legales, un logro notable es la ley 26485, de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, una ley de máxima que incide sobre múltiples dimensiones: indudablemente el orden jurídico, pero no sólo eso. Opera en el orden simbólico, pues afirma que no es lícito ejercer violencia, ningún tipo de violencia, contra las mujeres, contraviniendo el sentido común machista y misógino que las considera sólo en cuanto reproductoras biológicas de la especie y apéndices de varones patriarcales heterosexuales sujetas a tutela masculina. Ubica a las mujeres como ciudadanas de pleno derecho y al Estado como responsable de la sanción de una práctica que ahora es simbolizada como delito.

Una ley casi inmejorable. Y sin embargo, la violencia contra las mujeres, disidentes sexuales y personas trans no ha hecho sino aumentar a niveles desmesurados, como lo muestran los 10 feminicidios de la semana del Encuentro Nacional de Mujeres, incluido el de Diana Sacayán, y la triste y larga cuenta de la Casa del Encuentro, que en 2014 registró 277 mujeres asesinadas. La escalada ha sido tal que el 3 de junio una ola de manifestaciones callejeras conmovió al país bajo la consigna “Ni una menos”.

Se puede argumentar que no sólo de mujeres se trata, y es verdad: la violencia arranca también las vidas de los jóvenes varones de sectores populares, racializados con más rutalidad, la mayoría a manos de las llamadas fuerzas de seguridad. ¿Qué clase de lazo vincula esas muertes? ¿Qué hay detrás de esta violencia que traza secretas afinidades entre odio misógino y odio clasista y racista?

Pienso, a la manera de la italiana Silvia Federici, que las crisis del capitalismo afectan de manera desigual a los/as sujetos. Desigual en razón de la clase, la raza y la diferencia sexual.

En este momento de crisis capitalista, en este instante de peligro en el que se cierne sobre nosotros y nosotras, habitantes del sur, un nuevo proceso de acumulación capitalista (acumulación por desposesión, como diría David Harvey, o de acumulación originaria, para mantener la denominación que, allá por el siglo XIX, le diera Karl Marx) la violencia no ha hecho sino aumentar. No la de lxs de abajo, desde luego: la brutal violencia de lxs de arriba.

En el siglo XVI, las mujeres pagaron el proceso de acumulación originaria con sus cuerpos y sus vidas, con la expropiación de sus saberes y con la emergencia de una nueva forma de control sobre sus sexualidades y sus capacidades de reproducción de la vida. También lo pagaron lxs de abajo: campesinxs proletarizadxs, africanes y natives de Abya Yala. A la manera de entonces, la crisis actual produce una profunda rearticulación de las formas de dominación/explotación/violencia heteropatriarcal hacia las mujeres, hacia la clase trabajadora y hacia les racializades. Una violencia que es de clase, indudablemente, pero no sólo eso.

Nos hallamos ante una vuelta de tuerca de la arrasadora violencia del capitalismo y sus efectos diferenciales sobre las mujeres: si los tiempos de la acumulación originaria abrieron los canales de una profunda misoginia que condenó y quemó a miles de mujeres a ambos lados del Atlántico (el mayor sexocidio de la historia, diría Federici) este retorno de la brutalidad sexista ya no utiliza la hoguera ni la inquisición, sino otros mecanismos, pero con odio similar. Aquello de que la historia se repite, pero no à la lettre.

A la sombra de la ley ha nacido una nueva corrección política. Pero sobre ella se cierne el peso de las generaciones muertas: la violencia es un delito que a menudo queda impune. Se registran los feminicidios pero ello se produce en el terreno de una tradición misógina y heteropatriarcal de larga duración que opera de manera paradojal: como llamado al orden para las mujeres y como propaganda/adoctrinamiento para los violentos.

Por: Alejandra Ciriza – Investigadora Principal CONICET