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Alimento o vicio ¿cuándo comenzó el debate sobre el vino?
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En la Argentina del siglo pasado y aún en el presente, la promoción del consumo de vino estuvo despegada del alcoholismo. Aún hoy podría discutirse cuántos son los vasos de vino que lo transforman de un alimento a un vicio y cuándo pasa de ser un problema privado a uno público. En la actualidad, es el cuarto alimento de la canasta básica y ha sido declarado bebida nacional. Sin embargo, su percepción como enfermedad social viene de lejos: cuando el reformismo social alentado por socialistas y anarquistas lo relacionó con temas de orden público como la vagancia y la peligrosidad de los pobres que podía contagiar al resto de la sociedad.
Si de los ingresos de la industria vitivinícola dependía gran parte del funcionamiento del estado provincial, ¿cómo hacer crecer su ingesta dentro de un contexto en el que hasta las propias organizaciones obreras decían a los trabajadores que el alcoholismo impedía liberarse del “yugo burgués” y que les haría engendrar hijos degenerados? ¿Era el vino un alimento o un vicio?
El mercado de trabajo, las condiciones de inestabilidad de los trabajadores vinculadas a la estacionalidad del cultivo, los reclamos políticos y sociales, los profundos cambios demográficos, llevaron a los sectores dominantes a afinar los dispositivos de control social. En estrecha vinculación con otras enfermedades y epidemias como el cólera, con la falta de viviendas, el hacinamiento habitacional y la falta de agua potable, otro de los problemas nacionales y provinciales fue atender la ebriedad. La salud pública se fue profesionalizando y la “mala vida” en la Argentina del progreso hasta fue vinculada al “crisol de razas”.
Expertos, profesionales y políticos, muchos de ellos impregnados de las ideas higienistas y sanitaristas en circulación en Europa se insertaron en las agencias del estado y en los saberes vinculados a esta problemática.
La conformación de una sociedad de consumo fue uno de los pilares de la modernización del país entre finales del siglo XIX y principios del XX, beneficiada por los cambios en los medios de comunicación y transporte. Entre los bienes que sufrieron una explosión en su consumo estuvo el vino, bebido por inmigrantes, en su mayoría adultos de origen mediterráneo y sexo masculino, que lo incluían en su dieta diaria. Se trataba de una demanda no segmentada que requería vino suficiente y barato.
¿Era el vino un alimento?
Desde el campo de la enología, en 1900 Arminio Galanti lo consideró como un artículo de primera necesidad para la mesa del capitalista y del trabajador, más reparador que una taza de caldo y proveedor de energía a los soldados y obreros. Para Pedro Arata, otro experto de sólida formación, también era un artículo alimenticio, de lujo si era importado y con mala fama o espurio si era nacional. Por su parte, José Trianes en 1911 sostuvo que había que promocionar “vinos buenos, sanos y agradables, pero más baratos, mucho más baratos” para las clases medias y ricas que bebían vinos extranjeros.
Desde el campo de la medicina también hubo voces que defendieron al vino. En 1914 Lorenzo Inurrigarro, médico fundador de la Sociedad Médica Argentina (1891), sostuvo en una publicación para los docentes argentinos que el vino si era puro e ingerido en ciertas cantidades no era malo para la familia honrada y trabajadora, pero sólo para los que trabajan y pueden quemarlo con el trabajo físico.
En su recorrida por la Argentina, a pedido del ministro del Interior Joaquín V. González, Juan Bialet Massé aconsejó para trabajadores y soldados con una jornada de 8 horas el consumo de alrededor de un litro de vino dividido en raciones y un chorro de aguardiente en el café (30 centilitros diarios).
Reforzó su opinión con un estudio francés “cuyas cifras demuestran que si el peligro del alcoholismo existe… es no por el consumo del vino, sino por su poco uso (subrayado en el original) siendo la tendencia del obrero desde hace años a reemplazar el vino y la cerveza”.
En el mismo sentido, en los años 30, Alejandro Bunge consideraba que el vino no era propiamente una bebida alcohólica, sino higiénica, sana, tónica, nutritiva y que era el complemento indispensable de toda buena comida. Aseveraba que uno de los mejores medios para combatir el alcoholismo era su generalización en substitución del consumo de los cocktails en la burguesía y de la caña y otras bebidas alcohólicas en el pueblo trabajador.
El entrecruzamiento de saberes científicos llevó a paradojas. Un ejemplo de esto fue que en 1903, a la par de que el estado provincial vivía la primera crisis de sobreproducción de la industria y se intentaba fomentar el consumo, se constituyó la Liga Argentina de Lucha contra el Alcoholismo, por iniciativa de Domingo Cabred, con la meta de formar generaciones de abstinentes. El propio Bialet Massé, a pesar de su reconocimiento de los beneficios del consumo de vino, sostuvo que la inmoralidad de los obreros en Mendoza era alarmante debido a la lujuria, el juego y la embriaguez; y analizó el problema de los luneros vinculado a la ingesta de alcohol. A pesar de ello, insistió en la necesidad de que bebiesen entre dos tercios a un litro diario de un vino suave y natural, en el desayuno, al mediodía y a la noche.
¿Quiénes eran los protagonistas de la cruzada antialcohólica?
La cruzada antialcohólica tuvo como portavoces no sólo a los anarquistas y socialistas, sino también a variados sectores sociales y políticos que incluían a católicos sociales, evangelistas, reformistas liberales e incluso al conservadorismo, aunque también a los patrones obsesionados por frenar el ausentismo laboral de los lunes debido a los desbordes alcohólicos y a los riesgos laborales de los trabajadores alcoholizados.
Para el discurso anarquista, la lucha contra el alcoholismo desarrollada por la Sociedad Luz superó la de las otras agrupaciones. Entre 1900 y 1920 se publicaron 40 folletos bajo la serie “Guerra al alcohol”, que se complementaron con tesis doctorales como la del dr. Juan Obarrio “Efectos del alcoholismo en la infancia”. Esta lucha, así como contra otras enfermedades consideradas sociales como la tuberculosis o las venéreas, vinculó a un grupo de actores, corporaciones médicas, profesionales, instituciones como el Museo Social e intelectuales, relacionados con las ideas y prácticas de América Latina y Europa y que se incorporaron a la burocracia del estado en diferentes esferas públicas. Los médicos influyeron en la vinculación del alcoholismo con el delito y la alienación.
Una de las principales herramientas para implantar normas contra la beodez fue la educación. El Monitor de la Educación Común, publicación del Ministerio de Educación dirigida a los docentes, ya en 1898 incluyó en la enseñanza primaria el estudio de los efectos físicos, intelectuales y materiales del alcohol.
En este marco, resulta llamativo que el Código Penal de 1921 no castigaba a los delitos cometidos por personas ebrias. El artículo 34 señalaba que eran “no punibles” las acciones de las personas que no comprendiesen la criminalidad de sus actos ya sea por “insuficiencia de sus facultades”, “alteraciones morbosas de las mismas” o por “estado de inconsciencia”.
La cruzada moral y social de los socialistas y anarquistas en Mendoza mostró ribetes más atenuados que en Buenos Aires por tratarse de la primera zona productora del país y por la importancia de la actividad en cuanto a la provisión de trabajo. El socialismo tuvo gran predicamento en las zonas agroindustriales de la provincia con alta presencia de inmigrantes. Algunos de sus máximos exponentes, luego enrolados en el Partido Comunista, estuvieron vinculados a la actividad, es el caso de Valentín Bianchi, de origen italiano, fundador de un emporio vitivinícola en San Rafael. Podemos también mencionar a los abogados Benito Marianetti y a Ángel Bustelo quien tenía a la entrada de su finca “El Resuello” un cartel que decía: “Silencio, hombres
Junta Reguladora de Vinos Fuente: Agrícola, Revista Mensual Ilustrada de Agricultura, Comercio e Industria. Órgano Oficial del Centro Vitivinícola Argentino. 1935
Hacia los años veinte el debate público sobre el vino como alimento o como vicio tomó fuerza política. En 1919 se presentó un proyecto en el Congreso Nacional sobre “reformatorio de alcohólicos” que incluía las prohibiciones al consumo de vinos y cervezas. Eso asustó a los industriales mendocinos que temieron que se aniquilara a la industria. Al año siguiente se presentó un proyecto de “Ley Seca” presentado por el diputado socialista José Luis Rodeyro basado en la prohibición en toda la república de la elaboración, expendio o importación de toda clase de vinos, cervezas, licores. Los gremios y el estado expresaron el temor ante el ataque a una industria de gran importancia económica, calculada en más de 1.000 millones de pesos moneda nacional. Sostuvieron que una medida de estas características implicaría llevar a la ruina a la región de Cuyo, cuya actividad y desenvolvimiento representaba el esfuerzo de 35 años de acción.
La situación motivó un editorial del diario Los Andes en julio de 1920 en la que se denunciaba el intento de presentar a la república en un estado de flagelo alcohólico bajo la influencia de “las doctrinas evangélicas norteamericanas”. Llegó a sostener que en nuestro país no existía alcoholismo arraigado, ni epidémico y que la producción era necesaria para la alimentación y consumo.
Finalmente, estas medidas amenazantes para la industria provocaron que el vicegobernador de Mendoza y algunos intereses vitivinícolas se pusieran a la cabeza de las protestas contra esos proyectos.
Por el lado del catolicismo social, en junio de 1926 el Dr. Juan Félix Caferata, diputado por Córdoba, promovió otro proyecto sobre la represión del alcoholismo a través de la prohibición del uso del ajenjo y de la venta de bebidas alcohólicas a los menores de 20 años desde el sábado a las 12 hasta el lunes a las 8; y la enseñanza sobre antialcoholismo en escuelas, cuarteles. Esta ley tampoco logró apoyo y los pedidos de derogación fueron encabezados por las entidades corporativas del sector y los comerciantes.
Los Andes dirá en 1926: “La vitivinicultura ha ganado su primera batalla”.
Hubo otros intentos socialistas por llevar al plano legal la represión al alcoholismo, como el proyecto en el Congreso Nacional de los abogados Alfredo Palacios y de Enrique del Valle Iberlucea que prohibía el tráfico de alcohol.
A esa iniciativa se sumó la del médico Juan B. Justo, quien solicitó a los bancos oficiales que no otorgasen crédito a los comerciantes y fabricantes de ciertas bebidas alcohólicas.
¿Se perseguía al alcohol o al vino? ¿Era un problema social o solamente de los sectores populares? ¿Cuáles eran los límites entre un bebedor y un alcohólico? ¿Cómo se alcanzaba la calidad y se aumentaba el consumo?
Estas preguntas, contradictorias, estructuraron agendas públicas en el ámbito nacional y provincial, que sin embargo no consiguieron rozar a la percepción de la industria como un negocio para el estado, las empresas y los empresarios.
Por otra parte, el vino ya formaba parte de nuestra cultura y las experiencias de socialización de su elaboración superaron los ámbitos de la bodega y a la taberna y al almacén, ataron a los extranjeros a esta tierra y se expresaron en la música folclórica y en el tango.
Alimento, vicio o juguito de uva, es cierto que contribuyó a nuestra identidad cultural.
Por Dra. Ana María Mateu – Investigadora INCIHUSA-UNCuyo