Divulgación
Cuando el cuerpo habla, hace orquesta
Por qué la violencia de género silencia la violencia contra la mujer.
Hablar de “violencia de género” invisibiliza la violencia contra las mujeres, corre al varón de la escena y coloca al género en un falso protagonismo. Es urgente hablar otra vez para nombrar de nuevo. Hagamos orquesta el 25 de noviembre.
“Prestá mucha atención a las señales. Si alguien te causa una sensación de falta de aire, oxígeno e impotencia porque te sentís acorralada, sin salida, y a veces con un gran entumecimiento, al punto de no poder sacar tu voz, ahí, hermana mía, estás siendo víctima de violencia… Es tu deber y tu derecho cuidarte y pedir ayuda. Animate por vos”. Así escribía mi hermana, a partir de un mensaje de WA que hice circular entre mujeres vinculadas por amistad, proponiendo un espacio de relatos breves sobre violencia contra las mujeres.
En las últimas décadas, las mujeres de nuestra América hemos ganado protagonismo en la lucha por nuestros derechos como parte de un proceso que teje solidaridades con otros movimientos sociales, cuyos reclamos anudan género, etnia, clase y naturaleza. Las recientes modificaciones en la legislación relativa a nuestros derechos –sociales, políticos o civiles– tuvieron como marco de referencia la vigencia del patrón de acumulación neoliberal y el nuevo estatus de la dominación imperialista de Estados Unidos. Un proceso mundial que proveyó de un marco político y normativo para conferir legitimidad a la incorporación de la cuestión de género en las agendas públicas nacionales.
A nivel internacional, después de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer organizada por la ONU en México, se declaró el año 1975 como Año Internacional de la Mujer y, a partir de allí, el Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (1975-1985). La Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer fue aprobada en 1979. Durante la década del 80 tuvieron lugar la Segunda y Tercera Conferencia Mundial sobre la Mujer en Copenhague y Nairobi, respectivamente. La Cuarta fue en Beijing en 1995. En 1993, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos en Naciones Unidas, en Viena, reconoció por primera vez la violencia contra la mujer y la discriminación por género como violaciones a los derechos humanos. A nivel regional se aprobó en 1994 la Convención Interamericana para Prevenir, Erradicar y Sancionar la Violencia contra la Mujer conocida como Convención de Belem do Pará.
En América Latina han sido variables las repercusiones de estas iniciativas. En 1990 la mayoría de los países habían ratificado los acuerdos mencionados y algunos implementaron medidas concretas que expresaban su adhesión. En Argentina se sancionó en 2009 la Ley 26485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en los que desarrollen sus Relaciones Interpersonales. En octubre de este año, elCNM dio a conocer el Plan Nacional para combatir la violencia contra las mujeres (2014-2016).
El reclamo social visibilizado en la manifestación #NiUnaMenos tuvo ecos en la sanción de un conjunto de leyes contra la violencia de género. La Cámara de Diputados aprobó la creación de Comisarías de la Mujer y del Observatorio de Violencia de Género dependiente del Ministerio de Desarrollo Social y Derechos Humanos, destinado al monitoreo, recolección, producción, registro y sistematización de datos e información sobre la violencia contra las mujeres.
Sin embargo, miles de mujeres y niñas son asesinadas cada año. De los doce países con tasas de feminicidios más altas, cinco son de América Latina. En la Argentina, se sabe –aún sin cifras oficiales– que cada 30 horas muere una mujer en manos de su pareja o expareja. Puesto que el discurso de los Derechos Humanos, como promesa efectiva de protección, puede ficcionarse y volverse falsa conciencia, es preciso arrojar sospecha sobre la capacidad del Estado y las organizaciones supraestatales para protegernos, ya que vivimos tiempos en los que más que nunca hay concentración de capital y vulneración de cuerpos. Quizás una cartografía defeminicidios/femicidios/femigenocidios nos ayude a ponerle palabras a lo que no podemos nombrar.
Mi hermana tiene razón. El cuidado es un deber y un derecho. Si bien la ratificación de los acuerdos internacionales y la creación de organismos de Estado permitieron la traducción de reclamos de los movimientos de mujeres en políticas públicas, tal y como lo señalaba el informe “El salto de la autonomía de los márgenes al centro“, elaborado por el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (2011), existen muchas trabas que obturan nuestras autonomías: de decisión (paridad política de género y acceso al poder judicial); económica (administración de los propios ingresos e inserción laboral equitativa); física (circulación, femicidio y violencia contra la mujer, maternidad responsable, lactancia, salud reproductiva, educación sexual, aborto no punible).
Mi hermana tiene razón. A veces el entumecimiento no te deja sacar la voz. A veces no tenemos palabras para nombrar lo que nos pasa. A veces las palabras no dicen lo que nos pasa. A veces somos tomadas por palabras que no dicen. El cuerpo, ya detenido, deja de nombrar, y no hay cuerpo que tenga una razón. Hay cuerpo sin razón. Hay cuerpo sin nombre. El cuerpo de mi hermana me pide que escuche las señales en mi cuerpo para nombrar sufrimientos.
Mi hermana tiene razón cuando nombra su cuerpo en lo que siente. Su cuerpo, el mío, el de cada una, es el último espacio de soberanía que perdemos después de haberlo perdido todo. Afectado nuestro cuerpo por el paradigma territorial, ha padecido la invasión, la conquista, la (des)posesión, la (des)colonización. La humanidad ha testimoniado, bajo el paradigma civilizatorio y evangelizador importado, formas diversas de ensañarse con los cuerpos femeninos y feminizados, que han ido desde la esclavitud a la trata y desde la comercialización al tráfico. Prácticas humanas que no sólo forman parte del pasado de aquellos para quienes América fue, y es, el nuevo mundo, sino que están presentes, hoy más que nunca.
La colonización que hoy se ejecuta es la continuidad del patriarcado implantado por el colonialismo hispánico-lusitano que tuvo lugar con la consolidación del capitalismo en América Latina y que no puede escindirse –tal y como lo entienden Verónica Giordano, Waldo Ansaldi, María Lugones– de la imposición de un régimen de clase, etnia y sexo.
El proceso que llevó de la conquista al colonialismo en América supuso no sólo la mercantilización de la mujer americana, la esclavización africana y la servidumbre indígena, sino violaciones masivas, ocupación de úteros, genocidio de mujeres. Un proceso de domesticación –en los términos de Brendy Mendoza– en el que la posesión de los cuerpos fue subsidiaria de la implantación del patriarcado en la modernidad.
La violencia de género es violencia contra las mujeres y los asesinatos de mujeres se denominan feminicidios. Todos y cada uno de los crímenes contra las mujeres están sostenidos por una y la misma matriz: el patriarcado. Una estructura que supone ciertas relaciones de género violentogénicas y potencialmente genocidas, por el hecho de que la posición masculina sólo puede ser alcanzada y reproducida como tal ejerciendo una o más dimensiones de formas de dominio entrelazadas: sexual, intelectual, política, económica, moral, bélica. Esta matriz hace lugar a que la masculinidad, como atributo, tenga que ser probada y que los muchachos deban ser machos capaces de comprobarlo, afirmarse y sostenerse sobre nosotras.
Mi hermana tiene razón cuando dice: “Animate por vos”; a salir de vos, diría yo, porque el género no es lo particular ni lo privado de la existencia humana, sino en cualquier caso lo público, lo político. Sacar la voz, diría Ana Tijoux, mi hermana chilena, “respirar y sacar la voz que estaba muerta y hacerla orquesta”.
Por vos, animate a salir de vos, por cada una, sacá la voz, ni una menos, hagamos orquesta porque la violencia de género es violencia contra las mujeres y el agresor es el varón que produce el patriarcado.
Referencias
Fotos extraídas del Colectivo OctoActo. Foto ensayo “cuerpo perdido”, de Iván Castiblanco Ramírez. Un sujeto masculino que muestra la mirada sobre la mujer para decir que “allí donde se nombre el cuerpo, el cuerpo se ha perdido… el cuerpo ya no es cuerpo, es objeto, cosa”.
Sacar la voz, de Ana Tijoux.
Consejo Nacional de las Mujeres (CNM)
Plan Nacional para combatir la violencia contra las mujeres.
A un mes del 3 de junio respuestas a Ni una menos.
Feminicio, un problema global.
Por: Mariana Alvarado – Investigadora Adjunta CONICET