Divulgación

Un espacio que enseña

Edificios escolares.


La escuela primaria a la que asistimos de niños resulta, en general, uno de los recuerdos imborrables de nuestra infancia. En este lugar, entramos en contacto con la sociedad y aprendemos conocimientos y valores. El edificio de la escuela se convierte en el escenario de estos descubrimientos y sus distintas salas y rincones —amplios, estrechos, luminosos, oscuros, amables, incómodos…— suponen nuestras primeras experiencias espaciales, más allá de la propia vivienda.

Así, el espacio de la escuela tiene un gran impacto en los alumnos y docentes que lo habitan y puede colaborar o dificultar el desempeño de las actividades educativas. En consecuencia, el diseño de los edificios escolares ha despertado un especial interés y se ha convertido en el objeto de estudio de profesionales de distintas disciplinas.

Los espacios de aprendizaje han tenido un devenir propio en la historia de la arquitectura; desde la necesidad de cobijar la actividad de la enseñanza hasta su determinación en edificios autónomos y sus sucesivas transformaciones.

La evolución de los métodos docentes, los cambios del programa educativo y la incorporación de nuevas consideraciones han supuesto factores de transformación para las construcciones escolares. Asimismo, los cambios en estos edificios han estado vinculados a transformaciones culturales, sociales y políticas.

En la segunda mitad del siglo XIX, la educación pasó a considerarse un derecho universal y los gobiernos tomaron parte en la instrucción de los ciudadanos. En el caso particular de Argentina, cabe destacar la contribución de Domingo Faustino Sarmiento a la promoción de la educación pública.

No obstante, fue en el siglo XX cuando se emprendieron importantes planes de construcción de escuelas. En este marco, surgió la oportunidad de explorar las posibilidades de la vinculación entre la arquitectura y la pedagogía, y se atendieron las necesidades tanto físicas como emocionales del niño.

Así, se extendieron paulatinamente escuelas que incorporaban lugares específicos para el desarrollo de las distintas actividades educativas, se trató de asimilar el espacio escolar al doméstico para proporcionar un ambiente acogedor y se promovió el contacto con la naturaleza mediante el uso de grandes ventanales, edificios de pabellones dispersos entre jardines o el empleo de terrazas como extensión de las aulas.

A mitad de siglo, se señaló también el potencial del edificio de la escuela como herramienta de socialización y, en consonancia, la sala común adoptó una posición central en el conjunto y se incluyeron lugares de reunión para grupos junto a los corredores.

Devenir mendocino

Mendoza ha tenido un papel destacado en materia de educación en la historia argentina: fue la primera provincia del país en implementar la educación pública gratuita, ha llevado a cabo experiencias pedagógicas de avanzada y cuenta también con ejemplos destacados de arquitectura escolar.

Las primeras escuelas públicas —construidas a finales del siglo XIX y principios del XX— adoptaron esquemas similares a las viviendas señoriales de la época, eran edificios de una planta con salas en torno a un patio rodeado por galerías; son ejemplos las escuelas José Federico Moreno y Bartolomé Mitre, ambas de Capital.

Escuela Bartolomé Mitre, Ciudad de Mendoza, en 1910 (Fuente: Primer Centenario de la Revolución Argentina. Exposición Escolar, Mendoza, mayo de 1910, Mendoza, 1910).

En los años 30, se construyeron escuelas según los principios de la vanguardia internacional: bloques de aulas bien orientados, grandes ventanales y una importante superficie destinada al recreo. Entre ellas se encuentran las escuelas Justo José de Urquiza (Maipú), Guillermo Cano (Guaymallén) y Martín Güemes (San Martín).

Escuela Guillermo Cano de San José, Guaymallén, inaugurada en 1940 (Fuente: “La escuela Guillermo Cano”, La Quincena Social, n. 579-580, agosto de 1943, s.p.).

En torno a 1950, se extendieron en el ámbito rural escuelas según un prototipo que conseguía aunar modernidad e identidad, y la institución de la escuela se afianzó como instrumento de cohesión social. En otros niveles educativos han destacado ejemplos como el Primer Kindergarten (Capital, 1910), el Colegio Nacional Agustín Álvarez (Capital, 1910) y la Escuela Hogar Eva Perón (Capital, 1953).

Fig. 4. Escuela Julio Mayorga de Carrodilla, Luján de Cuyo, en 1952 (Fuente: Gobierno de Mendoza, Secretaría de Informaciones, Agua, Vivienda y Salud, Imprenta oficial, Mendoza, 1952).

Este conjunto de experiencias, en las que la arquitectura acompaña a la tarea educativa, suponen un patrimonio valioso a tener en cuenta ya que en la actualidad, con frecuencia, el diseño de edificios escolares de disocia de las necesidades pedagógicas.

Si bien la educación está en constante evolución y, por tanto, también los edificios escolares deben cambiar sus características, estos ejemplos son muestra de la potencialidad de su vinculación. La importancia del espacio educativo radica en su incidencia en el desarrollo de la infancia y, además, en su capacidad de trascender a la comunidad como instrumento de identidad; para los alumnos y sus familias, y a través de diferentes generaciones. De esta manera, estos edificios se presentan hoy no sólo como patrimonio arquitectónico sino también como patrimonio cultural, por su valor testimonial, monumental y su significado para la sociedad.

Por: Isabel Durá Gúrpide (INCIHUSA-CONICET – CCT Mendoza).