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Vitivinicultura capitalista y mercado laboral en Mendoza

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El mercado de trabajo en Mendoza se transformó radicalmente desde 1870 y se consolidó avanzado el siglo XX. El cambio fue cuantitativo y cualitativo e introdujo un fenómeno desconocido hasta entonces: la lucha obrera en defensa de sus derechos laborales y su dignidad humana.

Antes, las relaciones laborales se enmarcaban en crudos paternalismos, en las que el trabajador carecía hasta de libertad de desplazamiento geográfico: para circular debía portar “papeleta de conchabo” (un certificado obligatorio) que acreditara estar empleado, o padecer diversas penalidades. El concepto socialmente impuesto por los grupos dominantes era que el trabajo constituía una obligación.

El contexto que explicaba esta situación, entre varios factores, estaba centrado en la escasez extrema de mano de obra disponible para un modelo de crecimiento basado en la producción de alfalfa (80 a 90% del área cultivada), seguida de cereales y, en menor medida, de vid y frutales, en un pequeño oasis Norte (ríos Tunuyán y Mendoza).

El afianzamiento del poder central y la organización definitiva del moderno Estado nacional acompañaban un irreversible desarrollo capitalista. Mendoza tuvo que replantear su economía porque, por ejemplo, era imposible que los trigos y harinas locales compitieran con la masiva producción pampeana.

La decisión política de la élite local fue volcar todos los esfuerzos en un viejo conocido, el viñedo, pero manejado con criterios exclusivamente capitalistas.

Hasta los años 1870, la economía provincial estuvo centrada en comprar ganado en el Este, engordarlo en los alfalfares y exportarlo a Chile, complementado con ventas menores al Litoral. La vitivinicultura abastecía el mercado local y algo del regional.

El cambio comenzó por factores diversos: la caída de rentabilidad del negocio ganadero y el fortalecimiento del Estado central, lo que obligaría a Mendoza a integrarse al mercado nacional con una economía complementaria del espacio estratégico argentino, la pampa húmeda.

El desarrollo capitalista mostró resultados desde comienzos de la década de 1880 con un nuevo modelo económico: la agroindustria vitivinícola, con producción de vinos a gran escala destinados exclusivamente al mercado interno. Cambio drástico y veloz que transformó el territorio y la sociedad.
Vitivinicultura y transformaciones

La decisión política de la élite local fue volcar todos los esfuerzos en un viejo conocido, el viñedo.

Durante la década de 1890 se consolidó en Mendoza la moderna vitivinicultura. La gran producción generó demandas de todo tipo y transformaciones que complejizaron la sociedad local.

La inmigración masiva cambió radicalmente la composición de la población, originó un nuevo tipo de empresario, aceleró la urbanización y creó talleres de servicios que terminarían por generar un “brote” industrial. Nuevos oficios ampliaron y diversificaron el mercado de trabajo, particularmente el urbano.

Las viejas herramientas coactivas (papeleta de conchabo, etc.), se hicieron inaplicables ante la presencia inmigratoria y el trabajo se convirtió finalmente en un derecho con la Constitución provincial de 1900; la de 1916 incorporaría derechos sociales de avanzada para la época.

El ferrocarril revolucionó el transporte, integrando el espacio-mercado nacional. Produjo, asimismo, una circulación constante de información y mercancías -entre ellas, equipo para bodegas-; y trasladó trabajadores, portadores algunos de ellos de conocimientos para la nueva vitivinicultura. El nuevo cultivo aceleró la subdivisión de la propiedad y contribuyó a la ampliación de los estratos medios de la sociedad.

La intervención estatal fue decisiva. El tendido ferroviario (nacional, 1885) y la promoción fiscal provincial llevaron a la implantación masiva de viñedos como monocultivo. El viñedo “explotó”: entre 1886-1890, 4.462 nuevas hectáreas, un 2.464% más que el quinquenio anterior. Hacia 1902, se habían incorporado más de 20.000 hectáreas a la viticultura; y en 1914 superaban las 70.000 hectáreas.

Las bodegas se instalaron rápidamente: en 1864 eran poco más de 50, todas minúsculas. En 1899 sumaban 1.084 (el 87% producía menos de 1.000 hectolitros), pero las grandes bodegas -hasta 50.000 hectolitros-, ya estaban presentes. En 1914, eran casi 1.400 establecimientos. Los equipos tecnológicamente avanzados aumentaron sustancialmente la productividad: entre 1895 y 1910 el vino producido pasó de 657 a 2.879 hectolitros por establecimiento bodeguero y de 27 a 120 hectolitros por obrero empleado.

La vitivinicultura capitalista generó nuevos actores sociales, vinculados por relaciones de poder fuertemente asimétricas, pero nos interesa señalar dos. El contratista de plantación, proveniente del mundo del trabajo y mayoritariamente de la inmigración, tenía generalmente mentalidad empresarial. Implantaba los viñedos y cobraba por cada cepa entregada en producción y una o varias cosechas.

Muchos de ellos accedieron rápidamente a la propiedad de la tierra y construyeron importantes fortunas. Finalmente, el conocido contratista de viña, trabajador encargado de mantener los cultivos cobrando por cada hectárea trabajada y una participación del valor de la cosecha.

Población y mercado laboral 

Con el avance capitalista, sectores sociales encumbrados discutían sobre el trabajo. Unos propiciaban extremar los controles y la represión de los trabajadores, porque no había escasez de mano de obra, sino inmoralidad y desapego al trabajo. Para otros, había equilibrio entre oferta y demanda, en los años 1870, debido a cierta estabilidad salarial. Otros reclamaban aumentar la oferta de brazos para poder bajar el salario.

Esto era notorio hacia 1880: las obras ferroviarias demandaron muchos obreros lo cual incrementó los salarios y aumentaba los costos de la expansión vitivinícola.

Los censos nacionales de 1869 y 1895 muestran la transición del modelo ganadero al vitivinícola, cuya consecuencia, entre 1895 y 1914 (tercer censo), fue un vigoroso incremento demográfico, con un 41 por mil anual, frente a sólo 22,32 en el primer período intercensal.

En 1875, el gobernador Francisco Civit informaba a la Legislatura que 296 inmigrantes europeos habían arribado a la provincia; 97 se emplearon en la campaña y 199 en la Ciudad. Es decir que dos tercios se radicaron en la capital, promoviendo la aceleración temprana del proceso urbanizador, la instalación protoindustrial y la ampliación del sector servicios.

Entre el primer y segundo censo nacionales, se aprecia claramente la desaparición de diversos oficios vinculados con la actividad ganadera y la aparición de los nuevos que demandaban la vitivinicultura y los servicios e industrias anexos.

Esto mostraba la complejidad que adquiría el mercado laboral, particularmente hacia 1914, y las calificaciones que requería, impuestas por la incorporación de equipos tecnológicamente avanzados, entre otras cuestiones. Así, por ejemplo, casi desaparecen los domadores, los troperos y arrieros, y aparecen los telegrafistas, ferroviarios, mecánicos, foguistas, caldereros, enólogos, electricistas, etc.

El apogeo de la vitivinicultura y la ampliación de la demanda de trabajo se reflejaba en el aumento de los peones entre 1895 y 1914, a una tasa del 49 por mil anual, más una enorme inmigración de ultramar. Si en el primer año, los europeos representaban el 8,9% de la población, en 1914 llegaban al 27,6%; con migrantes de otros países se superaba el 30%. Mendoza también atrajo migrantes internos. Con una sociedad más compleja, los peones se insertaban también en los mercados urbanos que demandaban brazos para industrias y servicios.

La consolidación agroindustrial y las nuevas relaciones de producción condujeron a un incremento de la precarización del empleo, estimado en un 46% de la fuerza laboral en 1895 y un 57% en 1914.

El nuevo cultivo aceleró la subdivisión de la propiedad y contribuyó a la ampliación de los estratos medios.

El mercado de trabajo vitivinícola

El viñedo aumentó la demanda de mano de obra, al contrario de lo que sucedía con la alfalfa, cereales y ganado. Se registró un aumento del 54% en la población rural mendocina entre 1869 y 1895; entre este año y 1914, la población rural creció un 120%, valores que suponen una enorme expansión del mercado de trabajo, para satisfacer la nueva demanda de la vitivinicultura, las industrias (tonelerías, destilerías, etc.) y el transporte.

Las estimaciones de la época no dejan dudas sobre la relación existente entre la difusión de viñedos y bodegas con la expansión del mercado laboral.

En 1894 se presumía, un tanto groseramente, que unos 10.000 hombres y sus familias trabajaban de modo permanente unas 15.000 hectáreas; en vendimia, aquella cifra se duplicaba.

Para las bodegas, el censo de 1895 relevó 2.026 peones permanentes y 7.915 en vendimia, incluyendo el trabajo de niños. El oasis Sur sanrafaelino ya estaba en construcción y demandaba trabajadores.

En 1913, la Sociedad de Vitivinicultores de Mendoza calculaba en 15.000 los peones y contratistas, para mantener una superficie vitícola de 60.000 hectáreas; en vendimia se ocuparon 30.000 cosechadores. Aunque sólo sean estimaciones, estas cifras significarían un sustancial incremento de la productividad del trabajo en relación a 1894, consistente con la verificada en el sector industrial (500% entre 1895 y 1913).

Hubo un fenómeno migratorio local de trabajadores favorecido por la pequeñez de los oasis: en vendimia se producía una circulación ciudad-campo de trabajadores temporarios y sus familias para incrementar sus ingresos y/o ahorrar para momentos de escasez laboral o desempleo.

El conflicto social

Desde fines del siglo XIX aparecieron los conflictos colectivos y las primeras huelgas, causadas por bajos salarios y condiciones laborales muy duras, determinantes de las miserables condiciones de vida de los trabajadores y sus familias. Nuevas ideas llegadas a Mendoza con la inmigración dieron los fundamentos ideológicos y políticos para las organizaciones obreras que surgían en defensa de los trabajadores.

Las tres principales corrientes fueron el anarquismo, que combatía la propiedad privada como raíz de todos los males y tenía como enemigo fundamental al Estado; el sindicalismo revolucionario, que propiciaba el gobierno de los trabajadores; y el socialismo, que aceptaba la acción gremial, pero hacía eje en la participación en el sistema político para modificar por vías legales la realidad del obrero.

Una cuarta tendencia, pragmática, buscaba negociar con el Estado beneficios directos para sus representados. Todas ellas convivieron y participaron de la conformación de una central obrera local (Federación Obrera Regional Argentina), afiliada a la nacional.

La primera huelga local fue en la cordillera, protagonizada por obreros que construían el ferrocarril trasandino para los hermanos Clark, empresarios que rehuían sus obligaciones y tenían problemas con sus trabajadores desde fines de 1890.

En setiembre de 1892, unos 500 obreros abandonaron su labor y protestaron en la capital frente al diario Los Andes, moderna forma de visibilizar el conflicto. El 1 de octubre, el diario acusó al capital extranjero y a la empresa de ser un “Parásito del tesoro nacional y… le niega al peón un pedazo de pan o un centavo a cambio de 6, 8 y 10 meses de trabajo a crédito…”. Sin embargo, advertía el peligro de tener un conflicto social en el interior de la ciudad “invadida” por los trabajadores y exigía que esos 500 hombres recuperaran lo que les pertenecía y “dejen de ser un peligro público, pues nadie sabe ni cómo principian ni dónde acaban las agitaciones que trae la miseria”.

Fueron estos ferroviarios, que triunfaron, quienes introdujeron la conflictividad social en los oasis y, en especial, en la ciudad capital.

Hubo destacables conflictos: la huelga ferroviaria (1917), brutalmente reprimida, con muertos y heridos; las huelgas de tranviarios (1918-1919) y contratistas de viña (1919-1920), durante el lencinismo, que pusieron en jaque a la economía provincial. Finalmente, la gran huelga de maestros de 1919 significó el ingreso de los sectores medios al mundo del trabajo y a sus conflictos. Pero, por diversas causas, el movimiento obrero se dividió y dispersó durante largos años.

Además de la habitual represión, las élites gobernantes, preocupadas por la cuestión social -que englobaba la pobreza y su saga de enfermedades transmisibles-, el temor a las nuevas ideologías y a la organización obrera, las huelgas, etc. intentaron algunas reformas (ley de descanso dominical -1906-, ley nacional de accidentes de trabajo -1915).

Liberales reformistas y socialistas introdujeron en la Constitución provincial de 1916 la jornada laboral de 8 horas y el salario mínimo, concretados en leyes a comienzos del lencinismo (1918), pero los conflictos subsistieron y se agudizaron porque, como en buena parte de nuestro pasado y hasta la actualidad, había un abismo entre el país legal, a veces modélico, y el país real, frecuentemente caótico, faccioso, violento y socialmente muy desigual.

Por Rodolfo Richard-Jorba – Investigador INCIHUSA